El miedo nos deja afuera de las respuestas de Dios.

 “Ellos comenzaron a discutir entre sí: «Si respondemos “del cielo”, nos dirá “entonces, ¿por qué no le creyeron?”. Pero si decimos “de los hombres…”». Es que temían al pueblo, porque todos consideraban que Juan era realmente un profeta. Así que respondieron a Jesús: —No lo sabemos.
Jesús dijo: —Pues yo tampoco les voy a decir con qué autoridad hago esto.” Marcos‬ ‭11:31-33‬ ‭NVI‬‬

En el transcurso del ministerio de Jesús se modeló una figura contrapuesta a su mensaje. Mientras Jesús enseñaba con cercanía, poder y autoridad, en la otra vereda se encontraban los «maestros de la ley», del clan fariseo. Esta orden se caracterizaba por darle más importancia a las reglas que al sentido de las reglas, se enfocaban más en el «qué dirán» que en el qué dirá Dios y gozaban de privilegios auto-orotgados a causa de su posición dentro de la sinagoga.
¡Cuidado con trazar paralelismos porque puedes sorprenderte!
Un día, estos fariseos fueron a Jesús con una pregunta, pero en realidad no podrían «pagar» la respuesta.

A veces no es que Dios no nos habla, es que no nos gusta lo que tiene para decirnos y preferimos no tomar su respuesta porque significaría entregarnos.

 ¿Con qué autoridad haces esto? —lo interrogaron—. ¿Quién te dio autoridad para actuar así? Marcos 11:28 

Y Jesús contestó:

 —Yo voy a hacerles una pregunta a ustedes —respondió él—. Contéstenmela y les diré con qué autoridad hago esto: el bautismo de Juan, ¿procedía del cielo o de los hombres? Respóndanme. 
Marcos 11:29-30

¿Cuantas veces hemos demandado acciones, actitudes o actos de la gente, sin examinarnos primero nosotros mismos?

Jesús hizo la pregunta clave. Con su consulta, desnudó la intención de los fariseos.
Y estos, al darse cuenta que estaban «flojos de papeles» se paralizaron de miedo.

Estaban parados en el Miedo.

Miedo a Dios

“Si decimos «del cielo»… nos va a decir ¿por qué no le siguieron?” ( Marcos 11:31)
Un orgullo que esconde miedo a ser confrontado. A veces nos cuesta aceptar el error porque significa volver sobre nuestros pasos, muchas veces pedir perdón y humillarnos. Y también nos puede pasar con Dios, cuando el nos aconseja y nos guía y vemos nuestro error, pero nuestro orgullo nos dice: «quieto, no hagas nada…». Para ellos era más fácil desafiar a Dios, que reconocer que se habían equivocado.
¿Será que hoy podemos enmendar algo en nuestra vida ante esta pregunta?
¿Te ha indicado Dios algo y no has obedecido?
No te imaginás lo liberador que se siente bajar las armas, rendirse a Dios y caminar con la cabeza en alto. Y que si algo en mí se tiene que derribar, que sea en adoración a Dios diciendo “me equivoqué, pero me doy cuenta que me seguís amando y soy tu amigo”.
Muchos le tienen miedo al diablo, otros le tienen miedo al castigo de Dios. Sé libre del miedo, en cualquiera de sus formas y confiá en que el amor del Padre te ha perdonado y quiere que te vaya bien.

Miedo a la Gente

“Si decimos de los hombres… ” Tenían miedo a lo que la gente iba a decir.

A veces oir y obedecer a Dios significa tener que cambiar, recalcular, aceptar y enmendar.
Y es ahí cuando viene la gran frase: “¿Qué van a pensar los demás?”
El temor a ser juzgado, a quedar excluido.

Ellos no amaban a Dios, amaban el lugar que tenían en la sociedad a causa de Dios.

Basar nuestra relación con Dios en lo que los demás puedan decir; Evaluar o valorizar mi amistad con el Espíritu Santo según lo que otros afirmen es el principio del fin.
– ¿Cómo voy a reconocer que estoy lejos de Dios, que me cuesta orar, que estoy dudando de mi fe? ¡Me sacan del grupo! – tantos lo han pensado.

La vida en la Iglesia nos lleva tal vez a ocupar lugares de privilegio y honra, posiciones de liderazgo. Y es entonces cuando el germen fariseo se despierta en nosotros. Empezamos a no querer demostrar debilidad, a querer congraciarnos con la gente y comprometemos la amistad con Dios para «mantener la posición social».

Ser amigo para la tribuna no es ser amigo.

No respondieron por miedo a ser juzgados. y Jesús les respondió: “Pues entonces, yo tampoco les voy a decir”.

¿Vale tanto la pena mantener el orgullo y la posición como para perderte la respuesta de Jesús?

El miedo te va a dejar afuera de las respuestas de Dios.

Me puedo imaginar a los fariseos yéndose hablando bajito entre ellos: – «Al cabo que ni quería escucharte…»


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