Y nadie que haya bebido vino añejo quiere el nuevo, porque dice: “El añejo es mejor” Lucas 5:39

«El Vino Añejo es Mejor.»

¿Quién puede decir algo en contra de esta declaración de Jesús?
¿Alguien podría decir que un vino nuevo es superior en sabor, cuerpo, suavidad a uno añejado por diez años?
El evangelio vino a traer cordura celestial a nuestra lógica corrompida por las limitaciones naturales de las que padecíamos.
En concreto, los religiosos de esa época, orgullosos de “su historia con Dios”, no estaban abiertos a probar lo que Dios estaba preparando para el tiempo de gracia. “Lo nuevo” de Dios, este vino nuevo, no era aceptado por los religiosos, que preferían lo que les era cómodo y conocido. Es más, estaban listos para denostar el nuevo vino.

Así, el evangelio (Dios mismo) viene a desafiarnos en nuestra historia personal, nuestro criterio y escala de valores y principios para poder divorciarnos de paradigmas limitados y abrazar la lógica propia del reino de Dios. El vino nuevo puede ser (y es) mejor que el añejo, aunque todos digan lo contrario, aunque la lógica nos indique lo contrario. Jesús reafirma este concepto abstracto con una disrupción a la lógica natural en Juan 2 convirtiendo el agua en vino. Ante este nuevo vino, la gente declarará: – este vino es mejor que el anterior, te guardaste el mejor vino para el final. Ese “mejor vino”, había sido fabricado hacía pocos minutos.

Se trata de desencantarnos de lo ya conocido, de lo que nos da seguridad por conocerlo. Cuando uno camina por una zona de la ciudad conocida, se siente seguro de saber dónde se encuentra. Anticipa ciertos eventos, ruidos, personas. Puede operar en estabilidad y certeza. Pero cuando visita una zona nueva, una ciudad desconocida, los niveles de alerta crecen, la visión trata de agudizarse y se está más pendiente de lo que le rodea, porque no puede anticiparse a lo que va a venir. No puede prever lo que hay a la vuelta de la esquina. ¿Es segura esta zona? ¿Será amigable esta gente?. Uno empieza a operar con un nivel de alerta y estrés mayor al que aparece cuando estamos en la seguridad de lo conocido.

Cuando estamos listos para abandonar los niveles de seguridad y confianza en lo conocido y saltamos a lo incierto y desconocido de Dios, empezamos a darnos cuenta que el vino añejo, en el reino, no es nunca mejor que el nuevo vino de Dios.

Es decidir si seguiremos viviendo como antes, pensando como antes, juzgando como antes.Usando nuestro tiempo para las mismas cosas, o si cambiaremos nuestras prioridades para probar cada día más de ese nuevo vino.

El vino representa a Cristo, su vida y su muerte, su mente, sus maneras, su persona entera. Ese vino nuevo que rechazan los religiosos es lo que realmente puede transformarnos y hacernos hablar el lenguaje del reino.

También es importante el recipiente (odre), ya que uno no apto puede hacer que se derrame y se pierda el nuevo vino. Nadie puede pensar en poner vino nuevo en un odre viejo. El vino nuevo fermenta y así requiere más espacio para expandirse por la presión que genera. Si el odre es ya viejo, ha perdido la capacidad de expandirse y adaptarse a la presión que ejerce el vino y contenerlo. Se romperá y se echará a perder el vino.

Si Cristo es el nuevo vino, nosotros somos el odre. En concreto, nuestro corazón.


¿Será que nuestro corazón podrá mantener el vino nuevo que Dios quiere derramar en nosotros, o será un corazón viejo?

Las estructuras que vamos construyendo para almacenar nuestra relación con Dios pueden terminar siendo incompatibles con el vino que Dios trajo: Cristo.

La manera en que Dios te habló, que Él te ministró, sus enseñanzas, son todos tesoros que nunca pueden ser mayores que Cristo. Todo eso formó tu odre, pero no fue lo único.El dolor a lo largo de tu vida, y los momentos de placer que has tenido. La forma en que aprendiste a relacionarte con la gente y con el sexo opuesto. El tiempo que pasaste en frente de pantallas y el contenido que consumiste. Todo eso te ha moldeado el odre.

Los perdones que retuviste y la gracia que liberaste. Los jefes que tuviste, las deudas que adquiriste. Las canciones que escuchaste y los logros que alcanzaste. Todo eso moldeó tu odre y te definió los valores que te rigen, las metas que percibes y seteó las expectativas de “cómo” perseguir tus objetivos. Tu forma de vivir.

Aceptar el vino nuevo significa implacablemente poner sobre la mesa todo lo anterior para ser examinado, con el riesgo de encontrar que ese odre puede no ser apto para la vida de Cristo en nosotros.

¿Y qué pasa cuando el corazón es un odre viejo, no apto para Cristo?

Pues necesitamos un nuevo corazón.

“Les daré un nuevo corazón y derramaré un espíritu nuevo entre ustedes; quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen y les pondré un corazón de carne.” Ezequiel 36:26.

Poder presentarle a Jesús nuestra historia, quiénes somos, lo que pensamos y sentimos y confiar en que el puede hacer de nuevo todas las cosas; las malas, pero también las que creemos nuevas y son en realidad bloqueos para lo nuevo que Dios quiere derramar.

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